Al hermano Jacinto nadie lo quería en la congregación. Era torpe en el hablar, algo malencarado, llevaba siempre el mismo pantalón, se acompañaba de una Biblia vieja e invariablemente, después de cada culto, iba donde los demás a pedir algunas monedas para tomar el autobús.
Era muy pobre. El asunto no era desconocido para nadie. Pero les incomodaba. Hubieran querido no tener que darle un solo peso para transportarse. Además, el que algunas veces no estuviera afeitado, que no se cambiara las prendas de vestir, que vendiera rosas junto a un semáforo y que pocas veces ofrendara, les resultaba ofensivo.
Así llevaran puesto libre en sus vehículos, nadie se ofrecía a llevarlo. Y si alguna vez pidió ese favor, todos se hicieron los desentendidos.
Un domingo no llegó a la iglesia. Nadie se preguntó por qué. Tampoco les interesó. Y no volvió a los cultos, y nada pasó. Su partida no revistió mayor significación para nadie. Además, como no se tomaron el trabajo de tomar su teléfono, no sabían dónde ubicarlo.
Hoy Jacinto se congrega en una iglesia pequeña. Está contento. Lo recibieron bien. El pastor hasta le invitó a tomar café en su casa Hablaron de todo. Se sintió valioso, importante, útil. Prometió que no se irá. Por primera vez en mucho tiempo siente que vale la pena ir a un templo.
El valor de la aceptación
Dios nos acepta tal como somos, y espera que hagamos lo mismo con nuestros hermanos en la fe; incluso, con aquellos que no conocen a Jesucristo como su Señor y Salvador. El apóstol Pablo lo dejó claro cuando escribió a los creyentes de Roma: "Así pues, acéptense los unos a los otros, como también Cristo los aceptó a ustedes, para gloria de Dios" (Romanos 15:7. Versión Popular).
Por supuesto que en su andar como cristiano encontrará muchas personas que, a pesar de congregarse, tienen defectos de conducta, reacciones intempestuosas, son negativos, los invade el temor o sencillamente, parecen indiferentes. Otros serán pobres, otros gordos, habrá quienes son delgados, los altos y los bajitos.
Un cúmulo de hombres y mujeres a los que les une algo en común: su convicción de que Jesucristo es Señor. Y aunque no nos guste, es necesario aceptarlos tal como son. Su hay lugar a formularles alguna recomendación, pues no estará de mas siempre y cuando lo hagamos con sabiduría. De lo contrario, orar por ellos. Dios hará lo que a nosotros nos resulta imposible...