Había una vez, un ciego sentado en la vereda, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera que, escrito con tiza blanca, decía: "POR FAVOR AYÚDEME, SOY CIEGO". Un creativo de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y observó unas pocas monedas en la gorra. Sin pedirle permiso tomó el cartel, lo dio vuelta, tomó una tiza y escribió otro anuncio. Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue. Por la tarde el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna, su gorra estaba llena de billetes y monedas. El ciego reconoció sus pasos y le preguntó si había sido él quien rescribió su cartel y sobre todo, qué había puesto. El publicista le contestó "Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras", sonrió y siguió su camino. El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía: "HOY ES PRIMAVERA, Y NO PUEDO VERLA". "Cambiemos de estrategia cuando no nos sale algo, y verán que puede que resulte de esa manera" "...y cuando hayamos perdido muchas cosas y por un lado se nos va la esperanza siempre habrá un mañana en el cual no nos impidan ver los árboles de la vida en medio del bosque húmedo lleno de injusticias ----"
El obstáculo
Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran roca obstaculizando un camino. Luego se escondió para ver si alguien quitaba la tremenda roca. Algunos de los comerciantes
más adinerados del reino y varios cortesanos pasaron por el camino y simplemente le dieron una vuelta; muchos culparon al rey ruidosamente de no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo algo para sacar la piedra grande del camino. Entonces llegó un campesino que llevaba una carga de verduras. Al aproximarse a la roca, puso su carga en el piso y trató de mover la roca a un lado del camino. Después de empujar y fatigarse mucho, pudo lograrlo. Mientras recogía su carga de vegetales, notó una cartera en el piso, justo donde había estado la roca. La cartera contenía muchas monedas de oro y una nota del mismo rey indicando que el oro era para la persona que removiera la piedra del camino. El campesino sabía lo que los otros nunca entendieron: "Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar tu condición".
Se fue Jacinto y a nadie le importó
Al hermano Jacinto nadie lo quería en la congregación. Era torpe en el hablar, algo malencarado, llevaba siempre el mismo pantalón, se acompañaba de una Biblia vieja e invariablemente, después de cada culto, iba donde los demás a pedir algunas monedas para tomar el autobús.
Era muy pobre. El asunto no era desconocido para nadie. Pero les incomodaba. Hubieran querido no tener que darle un solo peso para transportarse. Además, el que algunas veces no estuviera afeitado, que no se cambiara las prendas de vestir, que vendiera rosas junto a un semáforo y que pocas veces ofrendara, les resultaba ofensivo.
Así llevaran puesto libre en sus vehículos, nadie se ofrecía a llevarlo. Y si alguna vez pidió ese favor, todos se hicieron los desentendidos.
Un domingo no llegó a la iglesia. Nadie se preguntó por qué. Tampoco les interesó. Y no volvió a los cultos, y nada pasó. Su partida no revistió mayor significación para nadie. Además, como no se tomaron el trabajo de tomar su teléfono, no sabían dónde ubicarlo.
Hoy Jacinto se congrega en una iglesia pequeña. Está contento. Lo recibieron bien. El pastor hasta le invitó a tomar café en su casa Hablaron de todo. Se sintió valioso, importante, útil. Prometió que no se irá. Por primera vez en mucho tiempo siente que vale la pena ir a un templo.
El valor de la aceptación
Dios nos acepta tal como somos, y espera que hagamos lo mismo con nuestros hermanos en la fe; incluso, con aquellos que no conocen a Jesucristo como su Señor y Salvador. El apóstol Pablo lo dejó claro cuando escribió a los creyentes de Roma: "Así pues, acéptense los unos a los otros, como también Cristo los aceptó a ustedes, para gloria de Dios" (Romanos 15:7. Versión Popular).
Por supuesto que en su andar como cristiano encontrará muchas personas que, a pesar de congregarse, tienen defectos de conducta, reacciones intempestuosas, son negativos, los invade el temor o sencillamente, parecen indiferentes. Otros serán pobres, otros gordos, habrá quienes son delgados, los altos y los bajitos.
Un cúmulo de hombres y mujeres a los que les une algo en común: su convicción de que Jesucristo es Señor. Y aunque no nos guste, es necesario aceptarlos tal como son. Su hay lugar a formularles alguna recomendación, pues no estará de mas siempre y cuando lo hagamos con sabiduría. De lo contrario, orar por ellos. Dios hará lo que a nosotros nos resulta imposible...
Afila tu hacha
En cierta ocasión un hombre joven llegó a un campo de leñadores, ubicado en la montaña, con el objeto de obtener trabajo. Durante su primer día de labores trabajó
arduamente y como resultado, taló muchos árboles. El segundo día, trabajo tanto como el primero, pero su producción, fue escasamente la mitad del primer día. Durante el tercer día, se propuso mejorar su producción. Golpeó con furia el hacha contra los árboles, pero sus resultados fueron nulos. El capataz, al ver los resultados del joven leñador, le preguntó: "¿Cuando fue la última vez que afilaste tu hacha?" El joven respondió: "Realmente no he tenido tiempo de hacerlo, he estado demasiado ocupado cortando árboles".
Cadenas de papel
El pastor, un misionero norteamericano y su esposa, decidieron que la congregación se responsabilizara, unos con otros de formar una cadena de oración, con el propósito que Dios nos mostrara como desarrollar las actividades en la iglesia y especialmente conseguir o encontrar un nuevo pastor ya que ellos viajarían definitivamente a USA. Es lamentable, pero como las palabras, generalmente se las lleva el viento. Hicimos un compromiso de orar por escrito. En una cintas de papel se escribió el nombre de cada uno y el día y hora que estaríamos utilizando para orar. Estas cintas tomaron forma de eslabón y se pegaron unas a otras como una cadena. Y se colgaron en la pared principal de la iglesia. Como para recordar en nuestro compromiso. La verdad es que la gran mayoría NOS olvidamos de cumplir con esa promesa. No solo las palabras se las llevo el viento sino que también nuestras letras. Cierto día, en la iglesia el misionero pregunto: ¿que ha pasado que la congregación ha ROTO esta cadena y no cumplimos con este compromiso? Nadie hablo!. Pero un niño de apenas 7 años, mirando hacia aquella pared vio que la cadena de papel que colgaba estaba despegada y suelta en varios lados. Entonces, con su inocencia y sin saber que lo estábamos escuchando dijo: ¡y como no se va a romper la cadena si es de papel!. Esto me hizo pensar que muchas veces nuestro compromiso es tan débil como un fino papelito. Y en ese compromiso ponemos nuestra confianza!