Cuenta la historia que un joven que regresaba a su casa, lo hacía con un corazón muy cargado. Cada vuelta que hacían las ruedas del colectivo parecían decirle: «Es por demás, es por demás...» Ya tenía ocho años de no ver a sus padres. Se había ido de la casa de manera violenta, y en sus desventuras de rebeldía había tenido varios encuentros con la Policía. La última de estas acciones había dejado por saldo que fuera preso. Y antes de salir de la cárcel les escribió a sus padres diciéndoles que quería regresar al hogar, pero esto solo si ellos lo perdonaban.
En el patio de la casa de sus padres había una planta de naranjas. Este joven recordaba que el colectivo pasaba por atrás de su casa y desde el colectivo se podía ver el Naranjo. Por esa razón en la carta a sus padres les había puesto lo siguiente: «Si al pasar por la casa veo un pañuelo blanco en la planta de Naranja del patio, sabré que me han perdonado y me bajaré del colectivo en la siguiente parada. Si no lo veo, seguiré de largo rumbo a no sé donde.»
Mientras el colectivo se acercaba a su pueblo y por supuesto a la casa, su preocupación se tornó en agonía. No podía aguantar
más, la duda lo estaba carcomiendo por dentro. Decidió contárselo a su compañero de asiento, y enfrentó su problema y le contó todo. Una vez finalizado el relato, le pidió a este compañero de asiento lo siguiente:
-Por favor, señor, ya estamos acercándonos. Sería terrible para mí el no ver el pañuelo en el Naranjo. La angustia me tiene mal, podría mirar Usted y decirme si lo ve.
El compañero, empezó a sentir la misma desazón por la respuesta que debía darle al ver la planta, pero aceptó.
Entonces el muchacho se agachó y ocultó su rostro entre las rodillas. Al paso de unos cuantos kilómetros el compañero exclamó:
-¡Mira! No hay dudas. Este debe ser el Naranjo. No hay un pañuelo en el naranjo, sino docenas de pañuelos; ¡el naranjo está lleno de pañuelos!
Estupefacto, el joven miró por la ventana y vio que docenas de pañuelos cubrían por completo el naranjo. Era la manifestación de que el perdón de sus padres no tenía medida. ¡Había sido total, completo, perfecto!
Esta conmovedora historia nos lleva a reflexionar sobre lo profundo, y a la vez lo sencillo, que es el amor de Dios. Todos nos hemos alejado de la casa de nuestro Padre celestial. Hemos abandonado a nuestra familia espiritual y nos hemos ido lejos, a vivir como se nos antoja. Hemos hecho la vida material, sensual y egoísta. Y el resultado ha sido la pobreza, la amargura, la decepción y el encarcelamiento de nuestro espíritu.
¿Habrá perdón para el que voluntariamente se alejó de Dios? ¿Lo podrá perdonar Dios, o será por demás? Ésa es la pregunta que muchos se hacen con angustia. Si pudiéramos ahora mismo ver el naranjo en el patio de Dios, lo veríamos cargado de pañuelos blancos. Porque Dios, dice la Biblia, «es generoso para perdonar» (Isaías 55:7). En virtud de la muerte de su Hijo Jesucristo en la cruz, Dios nos ofrece a todos su perdón generoso, perfecto y eterno. Para quienes lo aceptamos y regresamos al seno de su hogar, su perdón no tiene medida. Busca tu naranjo, aunque no te hayas ido, tal vez solo te alejaste un poco, busca tu naranjo en los días de tribulación. Dios te bendiga.