Había que encontrar un culpable, y lo culparon a él. Lo retuvieron a media mañana. Todos sus compañeros de oficina estaban presentes. Es como si por una extraña coincidencia, los hubieran citado perentoriamente. No faltó ninguno. Los agentes investigadores le instruyeron sobre la orden de captura que pesaba en su contra, e inmediatamente—como si se tratara de un delincuente común—lo esposaron.
Cada paso que dio le pareció excesivamente largo. Lo invadían sentimientos de vergüenza, frustración y rabia. Si alguna vez encontró motivo de amargura, fue en aquella ocasión. Le acusaban de un enorme desfalco con tres años de ocurrencia sucesiva. Y a pesar de que no tenía relación con la inculpación, todo parecía estar en contra. Los verdaderos responsables estaban fuera, mirando impasibles cómo él se consumía en una celda pequeña y con todas las inscripciones del mundo escritas en sus paredes, que iban desde poemas a medio terminar hasta números telefónicos de no se sabía quién.
La lucha por probar su inocencia enfrentó una pared de hormigón el día que fallaron en su contra. Lo condenaron a cuarenta meses de prisión. Una eternidad, en su criterio.
No había cumplido un año cuando, en un viraje que nadie imaginó pero que él anhelo siempre, en respuesta a sus oraciones, quedó la verdad al descubierto. No solo fueron condenados sino que además, quedó en evidencia su relación con robos anteriores.
El hombre recobró la libertad. Es cierto, no podía recuperar su buen nombre, pero muy dentro sabía que una conciencia tranquila vale más que todo el oro del mundo.
Aun cuanto todo esté en contra
En los momentos aciagos, cuando todo parece estar en contra, es cuando más debemos redoblar el clamor en la presencia del Señor. Él es quien hace justicia a nuestro favor. No podemos esperar que nadie más lo haga. Al fin y al cabo nuestro mundo—infortunadamente—es como una carrera de ratoncitos de laboratorio a través de un largo ducto, en el cual cada uno pretende llegar a la meta sin importarle quien marcha a su lado.
No obstante, confiar en Dios vale la pena porque "El Señor es paciente pero poderoso, y no dejará de castigar al culpable. El Señor camina sobre la tormenta, y las nubes son el polvo de sus pies" (Nahum 1:3. Versión Popular).
Nada lo detenga en su propósito de permanecer firme a su conciencia y sus convicciones. Aun cuando el mundo parezca derrumbarse, Dios está de su lado. Él es justo y no dejará que alguien inocente, vea la condena para siempre.
No pierda la esperanza. Siga en oración. La justicia de Aquél que todo lo puede y que cambia las circunstancias, se hará manifiesta. No le quepa la menor duda...