¿Y qué del amor y solidaridad cristianas?

Llegó a aquél perdido pueblo de la sierra boliviana, en el último autobús, cuando las sombras de la noche abrazaban con su manto las casitas humildes que se aprestaban a cerrar los ojos, al amparo del frío y de la neblina. El carro crujió literalmente al detenerse en el marco de la plaza principal. Nadie prestó atención cuando se bajó con una pesada maleta. Llevaba algunas Biblias y literatura cristiana. Iba en busca de un pastor amigo al que no veía desde hacía mucho tiempo.
Se tomó una bebida caliente en una fonda alumbrada apenas con un mechero. El tendero apenas gruñó cuando le pagó y le dio las gracias. Luego preguntó por aquél ministro cristiano al que buscaba. El dueño del negocio se limitó a mirarlo, se encogió de hombros y se acurrucó de nuevo en su asiento. Asumió que no lo conocía.
Y empezó la búsqueda. En cuanta congregación fue, recibió una negativa. "No lo conocemos", dijo un pastor. Otro se atrevió a decir: "Hace ya tiempo que se fue del poblado, y menos mala porque era un fanático". En una pequeña iglesita el ujier ni siquiera lo invitó a pasar.
A todos les contó que no tenía dónde pasar la noche; tampoco dinero. No le prestaron atención. Rehuían el tema. No les interesaba.
El misionero pasó la noche en una de las sillas del parque. No pudo dormir bien a causa del frío. Un agente policial quiso llevarlo preso, a la media noche, porque le parecía sospechoso ver un parroquiano acostado en una banca. Finalmente lo convenció de que era cristiano.
Su mayor alegría vino con los primeros rayos del sol. Esperó ansioso el autobús y se fue, preguntándose: ¿Y qué del amor y la solidaridad cristianas?
Se nos está olvidando la hospitalidad
A veces somos tan religiosos, que nos olvidamos del amor. Sabemos tanta Biblia, que dejamos de lado las necesidades de los demás. Estamos tan ensimismados en los asuntos de la iglesia, que nos olvidamos del Dios al que servimos.
Y en particular, se nos esta olvidando ayudar a los hermanos en la fe. En el primer siglo no ocurría así, aunque el apóstol Pablo no dejaba de recordarles el asunto a los primeros creyentes: "Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa en la iglesia de Cencreas. Recíbanla bien en el nombre del Señor, como se debe hacer entre los hermanos en la fe, y ayúdenla en todo lo que necesite, porque ha ayudado a muchos, y también a mí mismo" (Romanos 16:1, 2. Versión Popular).
Estamos llamados a servir a los cristianos. A auxiliarles en los momentos difíciles. A caminar con ellos en las buenas y en las malas. No puede concebirse que nos proclamemos discípulos de Jesús si no tenemos cuidado de otros hermanos en Cristo.
Piense en el asunto: si hay un cristiano que necesita su ayuda, hágalo. Es su compromiso de fe, de amor y de solidaridad para con el pueblo escogido de Dios.