La madre le dijo un día que la esperara. "Voy a resolver un asunto pendiente y vuelvo por ti", le prometió. El chico tenía apenas seis años. La miró con angustia pero la mujer, sin mayores gestos, volvió la espalda y camino sin volverse a mirar atrás hasta que llegó al final de la avenida y cruzó. Jamás la vio de nuevo.
Todas las tardes, confiando en la promesa de su progenitora, se paraba junto a una ventana grande de madera, en una casona antigua de La Habana, en Cuba. Esperaba verla llegar. Muchas veces imaginó la forma como le expresaría su amor. Le diría: "Me hiciste mucha falta, mamá". Pero la oportunidad jamás se dio.
Cuando cursaba una carrera universitaria, se enteró que –por boca de su padre—que ella jamás volvería. Junto con un mexicano había decidido radicarse en los Estados Unidos. Y durante todo ese tiempo, no se comunicó. Ni siquiera en Navidad. Aún así, en el corazón del joven albergaba la esperanza de que un día, todo fuera diferente. "Estoy seguro que todo tiene una explicación y me dirá por qué no vino por mí", decía.
A los cuarenta y un años tuvo un encuentro con su madre. Ya no tenía expectativas sino rencor. Había anidado en lo más profundo de su corazón. Dentro, todavía había un niño esperándola junto a una ventana gigante de madera, en su país natal. "Me engañaste. No eres más que una mentirosa", le gritó.
Perdonarla, tomó tiempo. No fue fácil. Por el contrario, en ocasiones le parecía que era un duro ascenso por una colina escarpada, con caminos inestables por el lodo. No obstante, lo logró. No fue en sus fuerzas, sino en las de Dios.
Revise hoy su corazón
Con frecuencia los seres humanos albergamos en lo más profundo de nuestro corazón, sentimientos encontrados. Hay rencor, rabia, resentimiento. Aflora cuando nos encontramos o tal vez evocamos a quien, consideramos, nos produjo mucho daño. Basta que vengan a nuestro pensamiento, para expresar con nuestro rostro molestia y el íntimo deseo de vengarnos.
¿Le ha ocurrido tal vez? Sin duda que sí. Todos en menor o mayor medida lo hemos experimentado. Ahora, ¿es eso lo que espera Dios de nosotros? Sin duda que no. En cierta ocasión el Jesucristo, compartió una parábola sobre un hombre a quien su señor perdonó sus deudas pero él a su vez no perdonó a quien le adeudaba, fue objeto de severo castigo. Y concluye el Maestro: "Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas" (Mateo 18:35).
Si deseamos ser perdonados por Dios, necesariamente debe haber en nuestro corazón disposición para perdonar, como el propio Señor Jesús enseñó: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres su ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (Mateo 6:14, 15).
Es probable que se le dificulte perdonar. Y seguirá siendo así, en la medida en que luche en sus fuerzas. Entregue esta situación a Dios. Hágalo en oración. Pídale la fortaleza para perdonar. Sin duda lo hará y usted quedará libre de una enorme atadura que le impide crecer en los ámbitos personal y espiritual.