¿Cuándo echó raíces esta actitud de resentimiento en el rey Saúl?
La amargura nunca es la respuesta correcta de un hijo de Dios, porque ella envenena la mente, las emociones y el espíritu. Veamos dos hechos en su vida que nos ofrecen una pista. 1 Samuel 13:5-14 Saúl no podía ir a la batalla hasta que el profeta Samuel llegara para ofrecer el holocausto, tal como Dios lo había mandado. Mientras esperaban, los hombres de Saúl se llenaron de miedo y comenzaron a desertar; por tanto, el rey tomó medidas y decidió hacer él mismo la ofrenda. Pudo haber pensado: Esto tiene que hacerse pronto. Así que, ¿por qué no puedo hacerlo yo? No vio la necesidad de obedecer la orden divina al pie de la letra. Dios vio esto como un grave acto de rebelión que tenía que ser castigado: el reinado de Saúl no permanecería. Dios nombraría un día a alguien para que fuera el gobernante, en vez de serlo un descendiente de Saúl. Imaginemos la reacción de Saúl al oír que el reino no le pertenecería a sus hijos.
En la guerra con los amalecitas, el rey Saúl no cumplió totalmente, una vez más, las instrucciones. Cuando Samuel lo confrontó por su falta, mintió diciendo que sí había obedecido, pero después trató de justificar su desobediencia. Su testarudo corazón contristó al Señor, y esto le trajo más castigo: el rechazo de Dios (1 S. 15:10, 11, 26).
Creo que Saúl se volvió un amargado cuando supo que su desobediencia le costaría el reino. Hermano, asegúrate de llevar inmediatamente al Señor tu ira y tus amarguras. Derrámalas delante de él, y pedile que te ayude a dejar que se marchen. Porque de eso dependerá tu salud espiritual.