Roberto cerró con cuidado la agenda en la que había escrito un nombre y un número telefónico. Se quedó mirando a través de la ventana. El sol brillaba en todo su esplendor y la gente caminaba tranquilamente por la avenida. Por la estación en que se encontraban, las hojas habían comenzado a caer de los árboles, tapizando suavemente el prado.
Suspiró hondo, miró a su alrededor y comprobó que estaba solo. La situación por la que atravesaba no era fácil. Cada peso que entraba a sus bolsillos, se iba con la misma facilidad con que llegaba. Algo insostenible. Como consecuencia, su economía iba en picada.
Muchos se habían acerado para recomendarle algo. Una vecina, Séfora, llegó a insinuarle que conocía a un practicante de ritos que podía sacarle de la situación en la que se encontraba. Ese era el nombre y el número telefónico que acababa de anotar.
Meditó unos instantes antes de proceder a llamarle. Pensó en Dios. Él era su hijo. Era en el Padre en quien tenía que confiar, en nadie más. Miró la agenda y tomó una determinación: no llamaría a ningún agorero. Depositaría toda su confianza en el Padre celestial.
Desde entonces comenzó a orar y las condiciones que enfrentaba cambiaron. A su decisión de ir al Señor en procura de ayuda, sumó modificaciones en su sistema de gastos. El panorama comenzó a ser alentador.
Es probable que usted esté abocado a tomar decisiones desesperadas. Considera que sólo en el ocultismo hallará respuesta a sus interrogantes o salidas a su laberinto. ¡Cuidado! Pensar así es caer en el engaño de Satanás.
Dios espera que no nos contaminemos con nada oculto. Él dejó constancia en la Biblia: "Perfecto serás delante de Jehová Dios" (Deuteronomio 8:13 b).
Vuelva toda su confianza al Creador. Solamente Él, y nadie más que Él, puede ayudarle. Todo será diferente si tan solo espera en el Supremo Hacedor. Las circunstancias serán diferentes...