El sol se empezaba a esconder en el occidente, los discípulos buscan un lugar para pasar la noche y hacer un recuento de las aventuras vividas.
¿Te podés imaginar uno de los ordinarios días que los discípulos pasaron al lado de Jesús? “¡Que día!” - diría uno de ellos. “Creo que caminamos más de treinta kilómetros”. Recordar los detalles del viaje animaba todo tipo de diálogos acerca de las situaciones que enfrentaron: La conversación con el centurión. La mujer que lavó los pies de Jesús con sus cabellos y un costoso perfume. La sanidad milagrosa del hijo de la viuda en Naín. Como era típico, los hombres habían ido de pueblo en pueblo,
sanando gente, enseñándoles acerca del Reino de los Cielos y ofreciéndoles libertad del pecado. Tan solo imagina las conversaciones durante la cena después de uno de esos días. Mateo, también llamado Leví, se sentaba junto al resto del grupo disfrutando la riqueza de este compañerismo. Puedo imaginar como se hacían bromas y reían juntos, mientras Pedro preparaba para la cena el pescado que su hermano Andrés había magistralmente convertido en filetes. Pero en medio del regocijo, los pensamientos de Mateo se alejan de la escena mientras contempla el familiar rostro de sus amigos. “No puede haber nada mejor que esto”, pensaba Mateo ( especialmente cuando tan solo hace unos días, sentado a la mesa donde cobraba los impuestos, era uno de los ciudadanos más odiados de la comunidad). Durante semanas había estado viajando junto con los otros once discípulos ayudando a Jesús en el trabajo del Reino; y se preguntaba: ¿Qué pensarán de todo esto, mis viejos amigos recaudadores de impuestos? Entonces, se le ocurre la gran idea: “Señor, ¿Qué te parece si hacemos una fiesta en mi casa? Eso sí, voy a invitar a todos mis viejos amigos. Si logro juntarlos con mis nuevos amigos de seguro que ellos también creerán en Ti Señor”. A Jesús le parece una excelente idea y garantiza que El y los demás discípulos van a estar presentes. Finalmente llega la noche esperada y todo sale tal y como Mateo lo había planeado, un grupo numeroso de recaudadores de impuestos y otras personas estaban comiendo con ellos. Hasta que llegaron los Fariseos y los maestros de la ley: “¿Por qué comen y beben ustedes con recaudadores de impuestos y pecadores?”. Entonces Jesús salva la fiesta: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores para que se arrepientan”. (Lucas 5:29-30). En principio era cierto que Jesús estaba en compañía de pecadores profesionales. Pero el propósito de su misión así lo demandaba. El vino a redimir enfermos pecadores y saciar almas sedientas y con gusto cumplía con la agenda de Su Padre quien lo había dado todo por salvar a personas como Mateo y sus amigos. Me imagino que esa noche, después que todos se fueron a casa, Jesús abrazó a Mateo y de alguna manera le expresó su aprobación.
¿Estamos olvidando a nuestros viejos amigos que necesitan conocer a Jesús? ¡Mateo no lo hizo! ¿Por qué no hacemos una fiesta?