Muchas personas ven el Espíritu Santo como un poder al cual aprovechar, o como una fuente de controversia que hay que evitar. Es por eso que debemos acudir a las Escrituras para tener una descripción precisa y verdadera de Él. Entre los cristianos abundan las opiniones acerca del Espíritu Santo. Para algunas iglesias es lo principal, y para otras es insignificante.
Primero, el Espíritu Santo es una persona. Sabemos esto porque las Escrituras nos dicen que Él tiene cuatro cualidades importantes de una persona: conocimiento, voluntad, emociones y actividad. El Espíritu Santo conoce los pensamientos de Dios y los revela a los creyentes (1 Co. 2:10, 11); ejerce Su voluntad en la distribución de los dones a los creyentes (1 Co. 12:7-11); está también lleno de amor (Ro. 15:30) y actúa como nuestro consolador, ayudador, maestro y guía.
Segundo, Dios Espíritu Santo es igual a Dios Padre y a Dios Hijo. Los atributos de cada miembro de la Trinidad están presente en los tres. Por tanto, el Espíritu Santo es omnisciente (lo sabe todo) y omnipotente (todopoderoso). Para lograr la redención del hombre, el Padre envió a Su Hijo a la tierra para que tomara forma humana y se convirtiera en nuestro Salvador. Después de volver al cielo, Jesús envió al Espíritu Santo para vivir dentro de los creyentes. La presencia interior del Ayudador nos identifica como posesión de Dios, nos separa del mundo incrédulo y es la garantía divina de que pertenecemos al Señor para siempre. La obra del Espíritu Santo es conformarnos a la imagen de Cristo (Gá. 5:16) y vivir la vida de Jesús a través de nosotros (Jn. 15:5).