Durante nueve años luchó contra la leucemia. Fueron nueve años de esperanzas y frustraciones, de triunfos a medias y fracasos completos. Pero al fin Elisabet Anzani, niña de trece años de Pioltello, Italia, salió triunfante. Los médicos la declararon sana.
Luego hizo un corto viaje, un corto viaje en auto, en que sus felices padres, Pietro y Carmelina, la sacaron del hospital para llevarla a casa. Fue un corto viaje porque chocaron de frente contra otro auto a las pocas cuadras, y murió la pequeña Elisabet.
«Estaba escrito en las estrellas que Elisabet no tenía que vivir», dijeron los parientes.
Aun con todo lo asombroso y pasmoso de este caso, no podemos decir que la muerte de Elisabet «estaba escrita en las estrellas». Todas las aseveraciones de la astrología son infundadas e indemostrables.
Habrá sido casualidad, una casualidad muy dolorosa; pero sólo casualidad. Habrá sido imprevisión y error humano, que provoca tantos accidentes, agravado por las circunstancias; pero nada más que error humano. Nada de destino escrito o influencia de los astros.
Cuatro fuerzas distintas actúan en el mundo. Una es la fuerza del azar, de la casualidad, que es una fuerza ciega, sin corazón, sin conciencia.
Otra es la ley de la siembra y la cosecha. Es cuando las cosas que ocurren son el producto de las acciones humanas.
Otra es la fuerza de Satanás. La Biblia dice que «el diablo ronda como león rugiente buscando a quién devorar» (1 Pedro 5:8).
Luego está la fuerza de Dios que, aunque no interviene en la voluntad humana, busca el bien para todo el que cree en Él.
El azar es ciego. El ser humano es débil. Satanás destruye. Dios salva.