Había trabajado dieciocho horas diarias en un lugar oscuro, malsano, lúgubre. Sus manos habían tejido y entretejido hilos de colores. Y el diseño de la alfombra que tejía había salido hermoso, atractivo, perfecto. Alcanzaría en el mercado internacional un precio fabuloso.
Fue así como Rama Shankar, niño de ocho años, y otros cinco de sus compañeros pudieron al fin dejar la hilandería. Es uno de los miles de niños que en la India y Pakistán trabajan como esclavos para pagar las deudas de su familia.
Muchos creen que estamos viviendo en la edad de las luces, de la libertad, del progreso moral y científico. Muchos creen que la humanidad ha superado aquellas épocas del mercado de esclavos, del látigo del negrero y de la servidumbre infantil. Lamentablemente no es así.
Sesenta trabajadores sociales de la India, Pakistán, Nepal, Sri Lanka y Bangladesh se reunieron en Nueva Delhi para considerar los alcances sociales y buscarle solución a esa esclavitud infantil. Reconocieron que no hay solución a la vista a menos que la mentalidad del ser humano cambie radicalmente.
Pudiéramos decir que ese problema de niños convertidos en esclavos no nos atañe a nosotros; que es algo del oriente; quenosotros, los del mundo occidental, estamos libres del problema. Pero no es así.
Si no tenemos niñez esclava, tenemos niñez abandonada. Si no tenemos niños que trabajan dieciocho horas en un telar, tenemos niños de la misma edad que, durante el mismo espacio de tiempo, venden drogas por la calle... y en cuanto a las niñas del oriente de diez y doce años de edad que se venden como esclavas sexuales, tenemos la réplica en niñas de la misma edad que también se venden con el mismo fin en nuestras grandes ciudades.
Tenemos que abrir los ojos y ver la condición del mundo que nos rodea. Necesitamos un despertar de conciencia. Necesitamos un corazón sensible. Tenemos que llenarnos de Dios, sentir su llamado y pedirle que nos ayude a ser parte de la solución, y no formar parte del problema. Él nos quiere ayudar.