Y Eleonora ganó la batalla...

Si a alguien le hicieron la vida imposible por profesar fe en Jesucristo, esa persona es Eleonora. Una mujer de contextura menuda, algo más de cuarenta años, una mirada triste como un camello sofocado por el calor en medio del desierto, y varias cicatrices que lleva en sus brazos y una mejilla. Son las marcas que testimonian las múltiples agresiones de que ha sido víctima por parte de su esposo. Él, en medio de los celos, no podía creer que ella estuviera en el culto.
Un día, un domingo en la tarde para ser más específicos, le quemó la Biblia. Primero le arrancó algunas páginas, luego la carátula y finalmente le prendió fuego. El libro sagrado ardió con unos tintes azulados y rojizos que se mezclaban en las débiles llamas.
--No volverás a esa iglesia...—le gritó fuera de sí.
--Amo a Jesucristo... y no renunciaré a mi fe--, le respondió.
--Si es así, ya verás—le dijo y, acto seguido, le propinó una sucesión de golpes que la tuvieron enferma por varios días. Cuando la llevaron al hospital, explicó al médico que los hematomas eran el fruto de caer estruendosamente por las escaleras.
En todo ese tiempo, estuvo orando a Dios por la conversión de su esposo. No cesó de hacerlo. Perseveraba. Y una noche, cuando él iba a buscarla al templo para formarle un escándalo y asegurar así que ella no volviera a congregarse, decidió escuchar el mensaje. Pretendía burlarse del predicador. Sin embargo las Escrituras que leyó el pastor, llegaron a su corazón.
Muy dentro de sí sintió como Jesús el Señor dejaba de ser una doctrina sin sentido de la iglesia tradicional en la que se había criado, y llegaba a ser real. Antes que pudiera saber cómo, aceptó la invitación a pasar al frente. De rodillas, junto al altar, recibió a Cristo como su Salvador.
Aquél día, Eleonora ganó la batalla. Lo hizo en oración. No mediaron presiones ni respuestas groseras. Sólo la oración.
No estamos solos en la luchaLas dificultades traen tribulación a nuestra vida. Es algo que no podemos ni negar ni desconocer. Hay quienes, al enfrentar problemas, deciden volver atrás. Otros, por el contrario, se toman de la mano del Señor Jesús y siguen adelante. No se detienen. Han puesto su mira en el Salvador, quien los fortalece.
El apóstol Pablo explicó que, afirmados en Cristo, somos más que vencedores en aquellas dificultades que surgen a nuestro paso cuando menos lo esperamos, y que atentan contra nuestra integridad física y espiritual: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulaciones, o angustia, o persecución, o hambre o desnudez, o peligro, o espada? Antes, en todas estas cosas somos más que vendedores por medio de aquel que nos amó." (Romanos 8:35, 37).
No obstante la adversidad, tú y yo estamos llamados a vencer. Dentro nuestra está sembrada la semilla de triunfadores, la misma que está en quienes recibieron a Jesucristo como su Señor y Salvador, y caminan tomados de su mano. Nada, absolutamente nada nos separará de Él y, por el contrario, lo seguro es que lograremos salir airosos de todo problema que salga al paso...