La mujer lloró por espacio de mucho tiempo. Algo constante. Mañana, tarde y noche. Los días perdían su encanto, y aunque amaneciera un sol esplendoroso, ella perdía la paz apenas recordaba su realidad: era la madre de dos jóvenes drogadictos.
La adicción en ellos comenzó muy temprano. Carlos tenía veintiún años y José dieciocho. Habían probado todo, desde marihuana hasta cocaína. El mayor de todos pasaba su tiempo en una villa de la ciudad, oscuro y maloliente, al que convergían todos los viciosos.
Sus lágrimas rodaban por el rostro arrugado, testimonio de que había envejecido antes de tiempo como consecuencia del sufrimiento.
Sin embargo su panorama cambió cuando conoció al Señor Jesucristo. Fue un respiro en medio del camino agitado de la vida. Ocurrió en un servicio evangélico al que asistió acompañando y respondiendo a la invitación de una amiga. Fue la mejor decisión que pudo hacer. Nunca se arrepintió.
El paso del tiempo, estando de por medio la oración de aquella desconsolada madre, dio como resultado que los dos jóvenes abandonaran el camino de las drogas. Dios respondió a su clamor.
Esta historia está rodeada de mucho dramatismo sin duda. Es la dura realidad de quien ve cómo se desmorona la familia. No obstante, la paz vino a su corazón cuando entregó los problemas en manos del Hijo de Dios.
El propio Señor Jesucristo dijo a sus discípulos: "Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea completo" (Juan 15:11).
Los cristianos no fuimos llamados a vivir en amargura sino por el contrario, a ser embargados por el "gozo" de Jesús. Cuando lo interiorizamos, se producen extraordinarios cambios. Es el fruto del mover de Dios en nuestro ser.
¿Está dispuesto a experimentar ese toque divino? Reciba hoy a Jesucristo y reciba paz en el corazón, en medio de las tormentas. Piensalo, y recurre a el SIEMPRE. Dios te bendiga.