No aprendió los principios de las Escrituras bajo la guía de ningún maestro. Rolando lo hizo solo. A la sazón era la única alternativa ya que vivía dos horas del primer poblado, en una finca agricola.
Después de terminar sus labores agropecuarias, hacia las cinco de la tarde, dedicaba dos horas al estudio bíblico. Lo hacía a solas mientras que su esposa preparaba los alimentos en la cocina. Leía en voz alta. Con paciencia. Ávido por aprender todo lo que podían enseñarle las Escrituras.
Rayaba los sesenta años y tuvo el convencimiento de que valía la pena emprender una nueva vida. La ofrecía Jesucristo y no
importaba su edad. A él le pertenecía la posibilidad de reemprender el nuevo camino diario, un camino de cambio.
Abelardo renunció a su vieja forma de vivir. Lo hizo con el convencimiento de que agradaba a Dios. No quería fallarle. Su esposa, con el paso de los días, terminó asimilando esa forma de vida. Llegó también a amar a Jesucristo de una manera especial.
Cuando sometemos al Hijo de Dios nuestra existencia, se producen modificaciones en nuestra forma de pensar y por tanto, de actuar. Es una transformación progresiva y firme la que se experimenta.
El apóstol Pablo escribió: "Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la Palabra de Dios. Por el contrario, manifestando la verdad, nos recomendamos, delante de Dios, a toda conciencia humana" (2 Corintios 4:2).
En palabras sencillas puso de manifiesto que estaba dejando atrás su forma de vivir para emprender un nuevo camino con Cristo. Lo hacía caminando en Su presencia con transparencia, sabiendo que a los hombres podemos engañarlos pero no a Dios. Y tu, has pensado en ponerlo en práctica. Nunca es tarde para comenzar. Que te parece el día de hoy. Dios te bendiga.